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POETA EN MADRID

Cuando mi librera me lo entregó me dije: bueno, solo cien páginas, y tan chico, me lo devoro en un par de días. Incluso en unos de los biosaludables post matinales de Justo Sotelo, al confesar mis intenciones, éste me apuntó literalmente “ten cuidado no te devore él a ti”.

Y a punto ha estado.

Hay dos formas, a mi humilde entender, de leer “Poeta en Madrid”. La primera es por encima, a la carrera, incluso obviando los recodos y las cuestas, atajando en busca de una trama y un desenlace como Dios manda, si acaso admitiendo el deslumbramiento insólito, o directamente abdicando ante el más puro desconcierto.

La segunda necesita tiempo. Mucho más tiempo, el justo (no puedo evitar el fácil juego de palabras con “el tiempo de Justo”) para despojarte de tus prejuicios. El necesario para darte cuenta de que te engañas al intentar desentrañar cada palabra, cada frase, cada personaje, cada situación, utilizando la lógica narrativa, las coordenadas del gps convencional que ubica tu vida. Que todo este extraordinario poema disfrazado sobre el ars poética no deja de ser un “fingimiento”, el juego de “un observador que es observado por los demás”. Y que asistimos mientras a una epifanía de la creación, que no deja de pretender serlo de la belleza y del amor, las claves para justificar la vida de un autor que persigue entre sus mantras culturales “un nuevo libro para una nueva época”.


Más que nunca Justo Sotelo te exige ahora ese pacto del buen lector que invocaba en “Las mentiras inexactas”. Y lo hace en la misma proporción en que él se exige reescribir todo, “con sus incongruencias y misterios”, en su definitivo asalto a la trinchera de la literatura, en ese viaje audaz para encontrar el pájaro sagrado en el que se miran los creadores. Para cambiar de una vez por todas el mundo, iluminándolo a su imagen y semejanza.

Un viaje apasionante, tan alejado de la rutina.

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